REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DEL DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO

Marcos 10,46-52

«ANDA, TU FE TE HA CURADO»

Los milagros de Jesús no son demostraciones de fuerza, sino más bien, como dice repetidamente Juan en su evangelio, «señales» o «signos». Por tanto, tienen un sentido, un significado, un mensaje, y lo que a todos nos importa es conocer lo que nos quieren decir. Como signos o «palabras visibles» apelan a nuestra responsabilidad, exigen de nosotros una respuesta práctica y la estimulan.

¿Qué significa la curación de un ciego? Que Jesús es «la luz del mundo, y el que le sigue no anda en tinieblas». El ciego estaba sentado, postrado, envuelto en tinieblas, sin horizonte ni camino. Su situación es la nuestra cuando no vemos, cuando no conocemos el sentido de nuestras vidas y su destino. Bartimeo, al recuperar la vista, se puso a caminar: «Anda -le dice Jesús-, tu fe te ha curado. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino». Jesús es la luz para caminar, y no devuelve la vista para que sigamos sentados, o para teorizar, o contemplar las cosas desde nuestro punto de vista.

Creer para ver: La fe no es ciega, como no lo es tampoco la obediencia. Ni la fe ni la obediencia son una dejación de la responsabilidad humana, sino todo lo contrario, porque son un acto de responsabilidad. Lo que sí es ciego, lo que sí es una dejación de la propia responsabilidad, es el fanatismo. El fanático es un ciego guiado por otro ciego, y ambos caerán en el pozo. Pero el creyente que sigue a Jesús ha recuperado la vista.

Más aún, la fe es la que nos devuelve la vista: «tu fe te ha curado». ¿De qué le ha curado? Evidentemente de la ceguera. Esto no quiere decir, sin embargo, que veamos después de haber visto o porque hemos visto. La fe no es la conclusión de un raciocinio, y mucho menos la conclusión o evacuación de la razón, del uso de la razón, como si el creyente en adelante pudiera prescindir de ella. No creemos después de haber visto, ni vemos después de haber creído, sino que vemos porque creemos: Creer para ver, creer para entender lo que sólo se entiende cuando se cree. No creer para no tener que entender, o, lo que sería peor, para desentendernos de todo y de nosotros mismos.

-Amar para creer: Tampoco el amor es ciego. Lo que si es ciego es el egoísmo. Porque el amor amplía la vista y no cierra los ojos al prójimo, no pasa de largo ante el samaritano y no lo deja tendido en la cuneta, no se desentiende de nadie. Todo eso es lo que hace el egoísmo, que reduce la vista al campo de los intereses individuales y no quiere saber nada de todo lo demás.

El refrán que dice: «ojos que no ven, corazón que no siente» no es cierto. Porque, si bien se mira, los ojos tienen sus raíces en el corazón y sólo comprendemos a las personas si las amamos. Si las aceptamos, si nos alegramos de que sean lo que ellas son, haciendo sus intereses o buscando el interés de todos, el supremo interés. Entonces nos abrimos a todo el mundo, nos exponemos al amor y en el amor, que es la luz del mundo. De lo contrario, cada cual monta su propia ideología y trata de justificar frente a los otros y contra los otros sus intereses mezquinos.

Jesús, el-hombre-para-los-demás, el que no pasa de largo ante el ciego postrado al borde del camino, es el amor que Dios ha derramado como una gran luz sobre todos nosotros. Para que veamos y tengamos vida.

La fe sin el amor no existe, es una monstruosidad. Es como la fe sin obras, una fe muerta. Porque el amor es la obra de la fe y la fe la primera obra del amor. Por la fe y el amor, inseparablemente, nos abrimos, con toda la mente y con todo el corazón, con todas las fuerzas a todos los hombres, a todos los otros, pues nos abrimos al que es el Otro de todos nosotros, al que ha querido ser el Tú de los hombres y se ha acercado a nosotros con infinita filantropía. para que los ciegos vean, para que los cojos salten como gacelas, para que los mudos canten, para que los sordos escuchen, para que nos amemos los unos a los otros y se manifieste así la gloria de Dios en la salvación de la humanidad.

Amar a Jesús, creer en Jesús, seguirle, no es andar a ciegas, sino entrar en el reino de la luz, que es un reino de fraternización universal.

EUCARISTÍA 1982, 48

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