REFLEXIÓN DEL EVANGELIO – DOMINGO 13º TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

¡EL CIENTO POR UNO!
Aunque se hiciera famoso el dicho de Pierre de Coubertin –«lo importante es
participar»–, la verdad monda y lironda es que todos queremos «ganar». No
está muy claro para qué. Pero lo cierto es que cada quisque, en el campo en el
que se mueve, quiere «conquistar», «ganar», y si es posible «arrasar».
Vean a los políticos. Parece ser que, si son elegidos, ya no son dueños de su
tiempo, de su vida, de su libertad. Pero, una por una, ganar. Y, ¿qué me dicen
de los deportistas? Queda bien lo de: «participar es lo que importa, pero lo que
todos anhelan es ganar». Es así. Nos han educado para «ganar». Lo que sea:
oposiciones, elecciones, competiciones, concursos, juegos de azar… Es muy
posible incluso que, cuando compramos boletos en una tómbola de Cáritas, lo
que menos nos importe sea la «caridad» y lo que más nos importe sea «ganar»
uno de los premios que se sortean. El mundo de la banca se las ingenia cada
vez más, con alambicados sistemas de «plazos fijos», «bonos», «regalos»,
«fondos de inversión», para convencernos de la importancia de ganar con ellos
más. Así están las cosas. Hasta el jefe de la tribu más primitiva dicta a su prole
esta sentencia: «Ganar, bueno. Perder, malo».
Pues bien. Lean ahora despacio el evangelio de este domingo y a ver cómo
entender esto: «El que gana su vida, la perderá. Y el que pierda su vida por mí,
la ganará». Mucho me temo que toda nuestra filosofía del «ganar» sea, para
Jesús, balones en «fuera de juego». «¿De qué te sirve ganar el mundo si pierdes
tu alma»?, dijo otro día. Parece que ese interrogante, repetido por el de Loyola,
fue el que hizo comprender a nuestro Francisco de Javier que hay «otra»
escala de valores, poco atractiva, pero más productiva. Igualmente, el día en
que otro Francisco, el de Asís, se despojó de sus galas para casarse con
madonna povertá, los bienpensantes del pueblo juzgaron que aquel chico
estaba loco, que «había perdido» todo. Pero él sabía que había «ganado» al
verdadero Padre del Cielo. El mendigo de Tagore, cuando vació sus alforjas,
supo que, en vez de perder un grano de trigo, había ganado un grano de oro.
Cuando Jesús invitó al joven rico a «venderlo todo y dárselo a los pobres», no
le invitaba a «perder», sino a «ganar». Haced las aplicaciones que queráis. Y
siempre será lo mismo. El padre autoritario que pide perdón a su hijo cuando
se equivoca, aunque crea «perder», pronto verá que «gana»: respeto, amor y
admiración. El apóstol que «pierde su tiempo» atendiendo a los demás, en esas
labores que nadie paga y casi nadie aplaude, al fin ve que es «ganar»: «Hasta
un vaso de agua que deis en mi nombre, tendrá su recompensa».
Esa es la lección de este domingo de verano. Por ahí nos iremos soñando
bingos, loterías y aplausos. No están mal las cosas cuando las cosas no están
mal. Pero sepamos que hay otras cuentas a «plazo muy fijo» que aseguran y
garantizan el «ciento por uno».
ELVIRA-1.Págs. 64 s.
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