REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR – CICLO C

Lucas 2, 1-14

Navidad.

Tanto en el evangelio de Lucas, que se lee en la misa de medianoche, como en el de Juan, que se lee en la de mediodía, se insiste en un dato sorprendente. Lucas afirma que cuando José y María llegaron a Belén no encontraron posada, teniendo que cobijarse fuera del pueblo, en una gruta para resguardar los ganados. Por su parte, Juan da testimonio de que «vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. Hoy celebramos la Navidad, recordamos aquella primera navidad, en que Dios se hizo hombre y vino a un mundo que no quiso recibirlo. Hoy celebramos la navidad en un mundo que, después de tantos siglos, tampoco parece tener sitio para Dios. Porque en este mundo, al que viene Jesús, no hay sitio para todos. No hay vivienda para los sin techo, no hay trabajo para los parados, no hay alimentos para los que se mueren de hambre, no hay sitio para los inmigrantes, no hay respeto hacia los diferentes… En este mundo falta caridad, falta solidaridad, falta hospitalidad y sobra egoísmo, indiferencia, insolidaridad.

Encarnación.

Navidad es la conmemoración del nacimiento de Jesús, el hijo de Dios que se hace carne. Es un misterio de encarnación. Dios se hace hombre, toma nuestra condición con todas sus consecuencias hasta la muerte, para que nosotros podamos asumir la condición de hijos de Dios, con todas sus consecuencias, también de inmortalidad y resurrección. Es un misterio, pues, de solidaridad, que funda una nueva relación de Dios con los hombres, y debe fundar también una nueva relación de solidaridad entre los hombres. En Jesús, Dios se hace solidario de nuestra causa, para que todos seamos en Jesús solidarios en la causa de los hombres, sobre todo, la de los pobres y excluidos. Dios está con nosotros, por nosotros, para nosotros, a fin de que también nosotros estemos los unos con los otros, por los otros, para todos.

Presencia.

Que Dios esté con nosotros no significa que Dios esté contra los otros. Y mucho menos que los creyentes nos arroguemos una predilección divina contra otros pueblos o religiones. Al contrario, Dios con nosotros significa que Dios está en todos los seres humanos, está en nosotros para que seamos útiles a los otros, pero está también en los otros para que le respetemos y escuchemos y amemos. De modo que nuestras relaciones interpersonales, las relaciones sociales, debemos ir conformándolas según esta nueva perspectiva de Navidad, como relaciones de solidaridad, de disponibilidad, de colaboración y de ayuda hacia todos, pero de modo especial hacia aquellos que más necesitan de nosotros.

Pesebre.

A los primeros testigos de la Navidad, a los pastores, les dieron los ángeles esta señal: «encontraréis un niño en pañales y acostado en un pesebre». Dios se deja ver, sobre todo, en la debilidad, en la pobreza y en la inocencia de un niño. Al hacerse niño se ha puesto al alcance de nuestro cariño y de nuestra ternura, ¿hay algo más amable que un niño de pocos días? Pero los niños pueden ser también fáciles víctimas de nuestra violencia y desconsideración. De ahí la posibilidad de descubrirlo y amarlo y servirlo en los pobres, con los que ha querido identificarse; pero de ahí también el riesgo de que pasemos de largo, de que no lo veamos o no queramos verlo, e incluso de que lo rechacemos. Jesús, que es la Palabra de Dios, se ha hecho apenas balbuceo en el niño de Belén, y se hará silencio al morir en la cruz. Así se ha puesto en su sitio, para indicarnos el nuestro, el último lugar, a la cola, al servicio de todos. Que para eso estamos, para servir, para ser útiles, para amar.

Solidaridad.

La encarnación, la Navidad, al descubrirnos la solidaridad de Dios con el hombre, funda también la solidaridad entre los hombres. Frente a la cultura de la competitividad, que amenaza con convertir la convivencia en una lucha sin cuartel de todos contra todos, debemos sentar las bases de una nueva cultura, la de solidaridad, que nos predisponga a todos en favor de todos. Más allá de la competitividad, entendida y practicada como selectiva y eliminatoria de los débiles, hay que apostar por la competencia, entendida y practicada como capacitación para un servicio cada vez mejor y más operativo y con todos. Se trata de ir eliminando de nuestra cultura todos los rasgos de inhumanidad que ha ido adquiriendo con la violencia, la explotación, la exclusión, la hostilidad y hostigamiento… y de ir arraigando nuevos rasgos de humanidad, de ayuda mutua, de comprensión y respeto, de tolerancia y cooperación, de solidaridad, de caridad.

¿Cómo celebramos la Navidad? ¿Qué celebramos, la Navidad o las navidades? ¿Un acontecimiento de salvación o unos días de vacaciones?

¿Creemos de verdad que el Señor está con nosotros? ¿Con quién estamos nosotros? ¿Con Dios o con el dinero? ¿Con los ricos o con los pobres? ¿Con los poderosos o con los débiles?

¿Vivimos la encarnación? ¿Estamos encarnados con nuestro mundo? ¿O tratamos de vivir al margen de todo, a nuestro aire?

Navidad es solidaridad, ¿somos solidarios? ¿Sólo en las grandes ocasiones? ¿Lo somos cada día, en los detalles, siempre y son todos?

EUCARISTÍA 1995, 59

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