REFLEXIÓN DEL EVANGELIO MIÉRCOLES DE CENIZA – CICLO C

Mateo 6, 1-6. 16-18

Ayuno, limosna y oración: Tres caras del corazón 

Al hablar del corazón nuevo nos hará bien recordar un sencillo pensamiento de Fray Luis  de Granada. Decía este clásico que el hombre debiera tener un corazón de hijo para con  Dios (oración), un corazón de madre para con los demás (limosna), y un corazón de juez para consigo mismo (ayuno).  Puede ser una buena meta para el cambio cuaresmal.

Porque ¿cuál es la realidad de nuestro corazón? La realidad es que lo tenemos todo  cambiado. Nosotros tenemos un corazón de siervo para con Dios, de juez para con los  demás, de madre para con nosotros mismos. Y así nos van las cosas.

Siervos. Por mucho que le digamos Padre, acudimos a Dios con desconfianza, con cierto  o con mucho temor, con ciertas o muchas exigencias, como pidiendo la paga. De siervos a hijos. Que el Señor nos cambie ese atemorizado corazón, que nos haga  sentirnos gozosos y confiados en su presencia, que seamos capaces de ponernos en sus  manos incondicionalmente. Un corazón de niño ante su Padre, que no le discute nada, que  no le exige nada, que no le regatea nada. Un corazón que se siente inundado en cada  momento por un amor poderoso y gratuito.

Juez. Parece que todos hemos nacido con esta vocación. Nos encanta juzgar a los otros,  lo que hacen y dejen de hacer, lo que dicen y dejen de decir, lo que sienten o dejen de  sentir. Juzgamos hasta lo que piensan, que no siempre responde a lo que dicen. Y nuestros  juicios son hirientes, tajantes, condenatorios. Nos complace ver el lado negativo de los  demás. Los miramos fríamente y desde lejos, todo con lupa. Decimos que lo mejor es pensar  mal. Repartimos a boleo premios y castigos; los primeros, pocos, a contrapelo; los  segundos, en abundancia.

De juez a madre. Esto sí que sería un cambio de corazón. Las madres no juzgan a sus  hijos, porque los miran entrañablemente, porque los conocen profundamente, porque los  miran con el corazón. Ellas lo comprenden todo, porque aman. Tienen una paciencia  infinita, porque esperan. Es el corazón que más se parece al de Dios. Si tuviéramos un  corazón de madre para los demás, las relaciones humanas serían comprensivas y  cordiales, nos sentiríamos seguros los unos de los otros, no tendríamos necesidad de  mentir y ser hipócritas. Si tuviéramos corazón de madre, nuestras relaciones se llenarían de  luz.

Madre. Para con nosotros mismos somos muy complacientes y benévolos, hermanitas de  la caridad. Nos parece que no hacemos nada malo, y si tenemos algún fallo es más bien sin  querer. Nos perdonamos enseguida. Algunas cosas que nos echan en cara, es porque no  nos conocen bien; en el fondo somos buenos. Lo que pasa es que yo soy así, es mi  temperamento y mi manera de ser. También hay que tener en cuenta el ambiente, la falta  de medios, miles de circunstancias. Yo no tengo pecado.

De madre a juez. Nos convendría un poco más de rigor y de exigencia para con nosotros  mismos. Nos convendría escuchar más a los demás y aceptar sus juicios. Nos convendría  que, si no somos capaces de conocernos y exigirnos, alguien nos ayudara en una cosa y  en otra. Dicen que es una de las cosas más difíciles, conocerse bien y juzgarse bien.  Podemos pasar de un extremo a otro. Júzgate bien. Júzgate en verdad y con justicia, pero  también con amor.

Juez, pero sin pasarse. Tampoco debemos ser excesivamente duros con nosotros  mismos. También tenemos que saber comprendernos, valorarnos y perdonarnos. Pasa a  veces que nos exigimos y condenamos demasiado. Un poquito de amor y de compasión  para ti. 

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CARITAS
VEN… CUARESMA Y PASCUA
1994.Pág. 39 ss.

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