REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DEL DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Marcos 13, 24-32

UN MENSAJE DE ESPERANZA

¿Qué sentido tiene hablar hoy del fin del mundo?, ¿no es éste un discurso extraño, un  sermón en el desierto, incomprensible y carente de todo interés para los hombres del siglo  veintiuno? ¿Qué significa ese mensaje, qué es lo que  quiere decirnos?

Como parte del evangelio, que es buena noticia, este mensaje nos llega para levantar la  esperanza y no para meternos miedo. Viene a decirnos que la vida, la historia y el mundo  entero no es una pasión inútil, porque después de la gran tribulación el Señor volverá sobre  las nubes. Y el Señor no es el «coco». Por tanto, no estamos atrapados ni uncidos a la noria  del eterno retorno. Hay salvación.

-El mundo no es Dios

Este mundo en el que nos ha tocado vivir, y todos los mundos que se suceden en la  historia, son mundos limitados. Despejar el día del fin del mundo, alejarlo de nuestros días,  celebrar el mito del progreso indefinido no cambia las cosas. Porque el «Día del Señor» no  es propiamente el último día del calendario, sino el día que pone coto y medida a nuestros  días y a nuestros desmanes.

Confesar que el mundo tiene fin significa reconocer que el mundo no es Dios, y que nada  ni nadie es Dios dentro del mundo. Ni los estadios, ni las iglesias, ni el poder, ni el dinero…,  nada es Dios dentro del mundo. Y todo lo que se endiosa cae como las estrellas del cielo. 

Cuantas veces una parte de este mundo se sacraliza, se sustrae a toda crítica y a todo  cambio, se presenta como absoluto e incuestionable, se niega el fin del mundo; pero  entonces, este mundo, desviado de su fin y su destino, se precipita hacia su destrucción. 

Confesar que el mundo tiene fin es desenmascarar las ideologías, derribar los ídolos,  liberarse de toda dominación, sobreponerse a las tribulaciones, desatar una esperanza  contra toda esperanza humana, abrirse a Dios que es el Otro del todo.

-Porque Dios es el fin del mundo.

No la Nada después del Todo, sino enteramente el Otro del Todo. Queremos decir que  Dios no es el fin del mundo para aniquilar al mundo o anonadarlo, sino con el Misterio que  lo envuelve y lo salva, que lo abraza. Porque Dios, nuestro Padre, ha dicho «amén» al  mundo que ha creado. Y el «amén» de Dios al mundo es Jesucristo, su rostro misericordioso  que ha vuelto hacia nosotros. Cuando Jesús venga, el mundo llegará a su fin, no a su  aniquilamiento.

-El que ha de venir ya está viniendo

Jesús viene ya al mundo cuando los que creemos en él ponemos coto al egoísmo del  mundo, a nuestro egoísmo, y nos dejamos llevar por el amor que Dios ha derramado en  nuestros corazones. Jesús viene cuando superamos las ideologías totalitarias y los  prejuicios individuales o de grupo y nos abrimos a la universalidad de su evangelio. Jesús  viene, y aparece sobre las nubes de nuestro pesimismo, cuando la esperanza se pone en  pie contra el sistema. Porque entonces rompemos los esquemas y las formas de este  mundo que pasa y no nos dejamos atrapar por esos esquemas. El que ha de venir ya está viniendo cuando el mundo es sólo mundo y el hombre está  aquí, en su lugar, y por tanto abierto al que es el Otro del todo. Porque es entonces,  cuando el hombre se abre, cuando puede ser sorprendido por el que es la gracia, la  plenitud y el colmo de todas las cosas.

EUCARISTÍA 1982, 52

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