REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DEL DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Marcos 5,21-43
LO DECISIVO: FE EN JESÚS
Dos frases clave de Jesús nos iluminan el sentido del evangelio de hoy y, al mismo tiempo, nos hablan de algo que es fundamental en todo el Nuevo Testamento (y especialmente en el evangelio de Marcos que leemos este año). Dice Jesús a la mujer cuyas hemorragias no se detenían: «Tu fe te ha curado». Y al angustiado Jairo: «Basta que tengas fe».
Lo veíamos el pasado domingo y volvemos a ello hoy. Es la insistencia de Marcos: lo decisivo para que funcione nuestra relación con Jesús, para que sea efectiva -y no algo superficial-, es que tengamos una fe radical, absoluta, en él. Y si en nuestro corazón hay esta fe, basta.
¿Qué quiere decir que esta fe basta? Quiere decir que si nosotros tenemos esta total confianza en Jesús, él puede actuar eficazmente, con fuerza, en nosotros. ¿Cómo? La petición de Jairo nos lo explica. Pide a Jesús: «Ven, pon las manos sobre la niña, para que se cure y viva». Para que se cure: Jesús nos puede liberar de lo negativo que hay en nosotros. Para que viva: Jesús nos puede comunicar vida, nos puede hacer crecer en lo positivo que sembró en nosotros.
-Excusamos nuestra falta de fe
Hace unos días leí una curiosa historieta judía sobre Adán y Eva. Dice esta historia/leyenda que, después de la desobediencia del primer hombre y la primera mujer, Dios les quería perdonar y volverlos al paraíso. Pero no pudo. ¿Por qué? Porque en vez de reconocer ellos cada uno su culpa y abrirse al perdón de Dios, se dedicaron a cargar la responsabilidad en otro. Adán culpó a Eva (la mujer me ha enredado), Eva culpó a la serpiente (ella me dijo que…).
Me parece que a menudo nosotros hacemos algo semejante. Cada uno de nosotros y también colectivamente, como comunidad cristiana, como Iglesia. No reconocemos que lo que nos pasa es que nos falta fe, que no tenemos esta confianza y adhesión radical y entera a Jesús. Y por eso buscamos culpables y responsabilidades fuera de nosotros. Y así es muy difícil que actúe en nosotros, con plena eficacia, la fuerza liberadora y vivificadora de Jesús.
-Comunitariamente, individualmente
Por ejemplo, en el nivel de la Iglesia, de nuestras Iglesias. ¿No es lo más frecuente que echemos las culpas de la pérdida de fe, del declive de vida cristiana, a la sociedad, que decimos que está secularizada, llena de materialismo, dominada por el consumismo? También en el ámbito de nuestra vida personal fácilmente buscamos la responsabilidad fuera de nuestro corazón. Decimos que la culpa es del exceso de trabajo, que no tenemos tiempo, que la agitación de cada día nos domina. O quizás que la Iglesia de hoy no nos ayuda (unos dicen que porque ha cambiado demasiado, mientras otros pueden decir que porque ha cambiado demasiado poco).
-El fondo del problema
En todo eso, ciertamente, tanto en el nivel amplio de la Iglesia y la sociedad, como en el más cercano de la vida de cada uno de nosotros, en todo eso que decimos es muy posible que haya una parte de verdad, que haya una parte de razón. Como la tenía aquella gente que decía a Jairo: «Tu hija se ha muerto, no molestes más al Maestro». Pero no es la verdad más importante, no es la razón más decisiva.
La razón más importante, más decisiva, es que todas esas excusas y responsabilidades no debe ocultarnos que el fondo del problema está en nuestra fe en Jesús. Que si nos abrimos más de corazón a la fe, a la confianza, a la adhesión a Jesús, todo lo demás es secundario. O dicho de otro modo: que si creemos de verdad que la fuerza de Jesús nos puede liberar y nos puede comunicar vida honda, de calidad, amorosa, entonces seremos nosotros quienes podremos enfrentarnos con las dificultades, situarlas en su justo lugar, irlas superando.
El evangelio de hoy terminaba con un detalle entrañable. Jesús no sólo devuelve la vida a aquella niña, sino que se preocupa inmediatamente de que le den de comer. También a nosotros nos ofrece en la Eucaristía su persona y su fuerza como la comida que necesitamos. Al comulgar con él, pidámosle con absoluta y radical confianza -como aquella mujer, como aquel padre- pidámosle que aumente nuestra fe. Que haga que cuando Él se acerca a nosotros y nosotros nos acercamos a Él, nuestra fe sea un poco más honda, más confiada, más viva.
JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1994, 9
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