REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DEL DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Juan 20, 19-23

Según estimaciones de psicólogos norteamericanos, la mayoría de las personas sólo viven al diez por cien de sus posibilidades: Ven el diez por cien de la belleza del mundo que los rodea. Escuchan el diez por cien de la música, la poesía y la vida que hay a su alrededor. Sólo están abiertos al diez por cien de sus emociones, su ternura y su pensamiento. Su corazón vibra sólo al diez por cien de su capacidad de amar. Son personas que morirán sin haber vivido realmente. Algo semejante se podría decir de muchos cristianos. Morirán sin haber conocido nunca por experiencia personal lo que podía haber sido para ellos la vida creyente. En esta mañana de Pentecostés muchos volverán a confesar aburridamente su fe en el Espíritu Santo, «Señor y dador de vida», sin sospechar toda la energía, el impulso y la vida que pueden recibir de él.

Y sin embargo, ese Espíritu, dinamismo misterioso de la vida íntima de Dios, es el regalo que el Padre nos hace en Jesús a los creyentes, para llenarnos de vida.

Es ese Espíritu el que nos enseña a saborear la vida en toda su hondura, a no malgastarla de cualquier manera, a no pasar superficialmente junto a lo esencial.

Es ese Espíritu el que nos infunde un gusto nuevo por la existencia y nos ayuda a encontrar una armonía nueva con el ritmo más profundo de nuestra vida.

Es ese Espíritu el que nos abre a una comunicación nueva y más profunda con Dios, con nosotros mismos y con los demás.

Es ese Espíritu el que nos invade con una alegría secreta, dándonos una trasparencia interior, una confianza en nosotros mismos y una amistad nueva con las cosas.

Es ese Espíritu el que nos libra del vacío interior y la difícil soledad, devolviéndonos la capacidad de dar y recibir, de amar y ser amados.

Es ese Espíritu el que nos enseña a estar atentos a todo lo bueno y sencillo, con una atención especialmente fraterna a quien sufre porque le falta la alegría de vivir.

Es ese Espíritu el que nos hace renacer cada día y nos permite un nuevo comienzo a pesar del desgaste, el pecado y el deterioro del vivir diario.

Este Espíritu es la vida misma de Dios que se nos ofrece como don. El hombre más rico, poderoso y satisfecho, es un desgraciado si le falta esta vida del Espíritu.

Este Espíritu no se compra, no se adquiere, no se inventa ni se fabrica. Es un regalo de Dios. Lo único que podemos hacer es preparar nuestro corazón para acogerlo con fe sencilla y atención interior.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985. Pág. 61 s.

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