REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DEL DOMINGO 3º DE ADVIENTO – CICLO C

Lucas 3, 10-18

UNA GRAN PREGUNTA

Vamos avanzando por el camino del Adviento. Esta semana hemos celebrado la fiesta de la Inmaculada. El ambiente en las calles y a nuestro alrededor, con sus manifestaciones contradictorias, se va haciendo cada día más cercano a la Navidad.

Hoy, una vez más, la Palabra de Dios nos quiere ayudar a vivir más auténticamente, con mayor profundidad este tiempo de preparación. Y lo hace planteándonos una pregunta. La pregunta que hemos escuchado que la gente hacía a Juan Bautista «¿qué hacemos nosotros?» es también la pregunta que nos formulamos nosotros mismos: ¿cómo he de vivir? ¿qué hemos de hacer para acoger realmente la venida y la presencia de Jesús en medio de nuestra vida y de nuestro mundo? Antes de apresurarnos a dar una respuesta quizá un tanto precipitada, quizá demasiado sabida, vale la pena que nos detengamos en la pregunta y en la actitud que encierra.

Preguntarnos sinceramente qué hemos de hacer comporta una gran disponibilidad, un estar dispuesto a rectificar, a cambiar, a dar algún paso nuevo en nuestra vida. Comporta también una gran confianza en la respuesta y en el que responde. Creer que Jesús, el que esperamos, realmente puede dar respuesta a nuestras inquietudes y expectativas. Son unas buenas actitudes para el Adviento y a todos nos ponen en disposición de cambiar y aprender.

-La respuesta de Juan Bautista

La respuesta que daba Juan Bautista a la gente tiene un doble contenido. A unos les responde en la línea del compartir, de la caridad y del amor. A otros, a los grupos más especiales que le pedían qué tenían que hacer los exhorta a practicar la justicia, al recto y honesto ejercicio de su trabajo. No son respuestas contradictorias, sino que tienen en cuenta la complejidad de la vida y la situación de cada uno. La acogida de Juan a aquellos guardias y aquellos publicanos -habitualmente despreciados por los bienpensantes- es un preludio de la acogida y la salvación que Jesús traerá a la casa del centurión de Cafarnaún, a casa de Leví y de Zaqueo. «No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores, para que se conviertan», dirá Jesús. Y eso empieza a cumplirse ya desde la predicación de Juan.

También nosotros que nos reconocemos necesitados de conversión acogemos las respuestas del Bautista. Actuar con rectitud y justicia en todos los ámbitos de nuestra vida, ¿no es un criterio que debemos hacer muy presente en nuestra sociedad? En el trabajo profesional, en la vida económica y política, en los grupos humanos en que participamos. No actuar en beneficio propio sino al servicio del bien común. No ser oportunistas insolidarios sino respetar con valentía la verdad y la honestidad en todas las relaciones sociales. Y hacer lo posible para que sea así en todos los ámbitos de la convivencia pública de nuestro país. Y como criterio supremo, en todo aquello que dependa de nosotros, actuar con generosidad eficaz. Dar al que no tiene, compartir con el que lo necesita, éstas son las instrucciones concretas del Bautista. También para nosotros éstos son los nombres del amor: verdad, justicia, generosidad.

-El motivo, la presencia del Señor. Una gran alegría de vivir

Y estas normas de actuación nunca son consignas frías sino que tienen un cálido fundamento: la presencia del Señor en el corazón de su pueblo: «El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva… te ama y se alegra con júbilo», nos decía el profeta Sofonías. Y Juan comunicaba la buena noticia al pueblo: «El os bautizará con Espíritu Santo y fuego». Para saber qué hemos de hacer en nuestra vida y para llevarlo a término no contamos únicamente con nuestro sentido común y nuestras pobres fuerzas. Contamos también con el sentido del humor y, sobre todo, con la luz, la fuerza del Espíritu del Señor plantado en nuestros corazones el día del bautismo y que constantemente quiere renovar y guiar nuestra vida.

De aquí viene también el estilo que ha de tener nuestra vida: una gran alegría y una gran confianza. Las lecturas de hoy, en la expectación de la Navidad, nos llevan a calificar este domingo como el del gozo, aunque éste debe irradiar siempre, en todos los momentos: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres», nos decía san Pablo.

Aunque haya tantos motivos de inquietud y de angustia, hay una alegría profunda que nadie nos puede arrebatar y ésta ha de ser también la nota distintiva de nuestra vida cristiana: «Que vuestra mesura la conozca todo el mundo».

Juan Bautista, María, nos acompañan en este tiempo de preparación. Su sencillez, su fiarse del Señor, su esperanza alegre, su aspiración a la justicia y al amor por los pobres y los pequeños, son nuestra mejor guía en el camino del Adviento.

JOSEP M. DOMINGO

MISA DOMINICAL 1994, 16 5

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