REFLEXIÓN DEL EVANGELIO CUARTO DOMINGO TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

Lucas (4,21-30)
RECHAZADO.
Una página terrible. Comienza con una reacción más bien llena de simpatía: «Enseñaba en aquellas sinagogas y todos se hacían lenguas de él». Pero acaba con unas palabras de violencia: «Se pusieron furiosos y lo empujaron fuera del pueblo».
¡Rechazar a Jesús! ¡Rechazar a aquel que era el abrazo de Dios abierto para acoger a todos los hombres! Es tremendo, pero puede pasarnos también a nosotros. Y aunque no lleguemos a rechazarlo, el evangelio debe ponernos siempre en estado de alerta. ¿Por qué la gente de Nazaret pasa de la admiración al odio? Jesús debió sentir reticencias mucho más fuertes que las que nos dice el texto y no vacila en sacar las consecuencias: las gracias de salvación que venía a ofrecernos las recibirán otros, como ocurrió con la viuda fenicia y con el leproso sirio, que fueron escuchados a pesar de no ser judíos.
Esta apertura a los paganos les molesta; no pueden creer en ese hombre. A lo largo de los siglos, se rechazará a Jesús por otras razones, pero en la base de todas las repulsas estará el mismo rechazo fundamental que se nos sugiere aquí con la perplejidad de su auditorio: «No es más que el hijo de José». Los que piensan que Jesús es sólo un hombre, aun cuando lo admiren mucho, no pueden darle en sus pensamientos y en su vida el lugar enorme que exige. Aceptan al hombre, pero rechazan al Hijo de Dios.
Puede ser que no sea éste nuestro caso, pero no hemos de fiarnos de ciertos rechazos más insidiosos. Está en primer lugar una manera de acomodar a Jesús a nuestras ideas o a nuestro ambiente que equivale a rechazar su espíritu y por tanto a rechazarlo a él. Examinemos por ejemplo nuestras reticencias y quizás nuestros enfados ante ciertas aperturas de la iglesia, de tal obispo, de tal sacerdote… Cada vez que estrechamos el ofrecimiento de la salvación, rechazamos a Jesús.
A veces nos encontramos también con creyentes que aceptan de buena gana a Jesús en bloque con tal de que les deje vivir tranquilos. Pero un acontecimiento los pone ante una exigencia evangélica que les parece tan inadmisible que la repulsa acude enseguida a sus labios: «¡No puedes pedirme eso!». Empujan a Jesús «fuera de su pueblo», fuera de su vida.
No hay nada tan desolador como ver tanta fe, y hasta una vida tan larga de fidelidad, transformarse en desconocimiento, en abandono, en odio. Hay que poner mucha atención a cierta manera de escoger en el evangelio entre lo que nos va y lo que no nos va; corremos el peligro de ir preparando en un rincón de nuestro espíritu la repulsa a Jesús.
«Jesús se abrió paso entre ellos y se alejó». Jesús pasa, con sus llamadas y sus ofrecimientos. Generalmente es fácil decirle que sí; el evangelio no está hecho para hombres excepcionales, sino para los pequeños. Pero cuando eso resulta más duro, no olvidemos que sólo él tiene «palabras de vida eterna». Seguirá su camino al encuentro de otros que tengan más fe y más coraje.
ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 133
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