REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DEL V DOMINGO DE PASCUA MAYO DE 2021

Esta parábola nos viene a recordar que no hay nada más que una forma de llegar al Creador que es Jesucristo, todo lo que sea separarnos de Él es un sarmiento que no da fruto, que hay que arrancar porque se seca para ser echado al fuego que arde.

La palabra SARMIENTO, que designa a los tallos o vástagos de la vid, viene del latín sarmentum (vástago de las vides, vástago que se poda), y está formada con el sufijo – mentum  que significa medio, instrumento, y así desde un primer instante, se nos está invitando en este pasaje a recordar de qué manera Dios cuenta con todos y cada uno de nosotros, en la medida en que nos dejemos “podar” para ser Sus instrumentos, testimonios coherentes de nuestra fe, de vida y de pensamiento y dar abundantes frutos de santidad, tal y como se nos narraría. (Mat 7-20 ) “por sus frutos los reconoceréis”.

Jesús es la vid, y a través de Él – como la linfa, la savia en el árbol –, pasa a los sarmientos el amor mismo de Dios, el Espíritu Santo. Precisamente: Nosotros somos los sarmientos, los vástagos, y a través de esta parábola Jesús quiere hacernos entender la necesidad de permanecer unidos a Él.

Al hablar de un vástago encontramos dos acepciones: vástago de la vid, de donde brotan las hojas y los racimos, esos frutos que hemos mencionados. Proviene del vocablo en latín bastum, que significa palo o garrote. Esto es, desecación, sequía, muerte en vida, pues no somos nada sin el tronco cuya savia nos viene de Jesucristo, de su persona, lo que hace posible que nuestra existencia no sea otra cosa que FRUTOS DE AMOR en una entrega desinteresada de nosotros mismos. Ezequiel 37 “¡Huesos secos, escuchen la palabra del Señor! Así dice el Señor omnipotente a estos huesos: ‘Yo les daré aliento de vida, y ustedes volverán a vivir. Les pondré tendones, haré que les salga carne, y los cubriré de piel; les daré aliento de vida, y así revivirán. Entonces sabrán que yo soy el Señor”

Primeramente tiene que entrar el Espíritu para que vivan: esto significa que donde está el Espíritu del Señor allí hay vida, y así debe ser en nosotros sarmientos unidos a La Vid.

A veces las circunstancias hacen que nos alejemos de nuestro Señor, lo cual nos genera un desánimo que, en la mayoría de las veces, nos lleva a perder la comunión con Dios. Los sarmientos no son autosuficientes, sino dependen totalmente de la vid, en donde se encuentra la fuente de su vida.

El otro significado de vástago es una persona, concretamente un hijo, heredero o descendiente de alguien, y más exactamente se refiere vástago  como el hijo que pertenece a un linaje y, por lo tanto, se trata de un hijo legítimo que se opone al concepto de hijo bastardo, es decir, una persona que no conoce quién es su padre. Saber y creer que nacemos, vivimos y morimos en Dios nos da la certeza de reconocernos a nosotros mismos como co-herederos e hijos amados de nuestro Padre celestial. Rom 8:14-16 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios. El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Jer 1:5-12 Antes de que yo te formara en el vientre de tu madre, ya te conocía. Antes de que nacieras, ya te había elegido para que fueras un profeta para las naciones.

Siendo así ello implica el deber amoroso de una entrega absoluta en nuestros dones y capacidades para poder ser Sus profetas en el tiempo. Solamente nuestra relación con Jesús nos conecta a la vid de Dios. La misericordia de Dios debe obrar frutos y también frutos de arrepentimiento.

En este Evangelio Jesús se nos presenta como la vid verdadera. Una vid sin sarmientos no da frutos y una vid sin frutos no es una vid verdadera. Tampoco nosotros podemos producir frutos por separado. Tenemos que estar unidos a la vid  y es en esta relación, en esta Comunión donde fructificamos y dónde el Espíritu Santo fluye y vivifica la vida del cristiano como lo hace la savia en la vid.

«Uno de los frutos más maduros que brota de la Comunión con Cristo es el compromiso de caridad hacia el prójimo» (Papá Francisco, 29-4-2.018). El amor a los hermanos hasta las últimas consecuencias, como El nos amó. Este fruto no nace de solidaridades externas sociales o ideológicas, nace de la Comunión con Jesús de la que absorbemos la savia que nos lleva a una forma diferente de vivir poniendo en primer lugar a los últimos y sabiendo que los frutos no son míos, ni tuyos, ni nuestros; los frutos son el trabajo del Padre a través de nosotros unidos al Hijo  vivificados, como en la vid, por el Espíritu Santo pero tienen la impronta personal de cada uno de nosotros. Son frutos que nadie puede dar sino eres tú.

Cuando nos separamos de estas pautas entramos en el sufrimiento, a veces de forma gratuita, porque sabemos que, eso va a suceder y no rectificamos. Otras veces padecemos sufrimientos que vienen dados y hay que saber utilizar la savia que da la Vid para poder avanzar y afrontarlos con la entereza y firme convicción de que aceptándolos seremos discípulos ejemplares, no se solucionará el problema que nos da el sufrimiento, pero si lo podemos eliminar de nuestro corazón, porque sabemos que todo aquello que hagamos en continuación de la palabra de Dios nos dará paz para seguir escribiendo nuestra historia para llegar a la Vida Eterna.

El sufrimiento que viene dado y en el que nos introducimos voluntariamente, tanto uno como el otro, solo tienen un antídoto único, Jesucristo.

 Por eso es importante reflexionar sobre los actos en los que hemos dado fruto y utilizar los mismos mecanismos para los que surjan en el día a día, para seguir insistiendo en el intento y que ese empeño no nos separe del tronco que nos sustenta y nos da la vida y ser buenos sarmientos siguiendo el ejemplo de Jesús y cumpliendo su palabra, permaneciendo en Él y Él en nosotros:

 «si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis y se realizará», 1Jn 15.

PAZ, Grupo de Jesús de la Parroquia de la Cruz del Señor

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